08 febrero 2011

Viaje al Fin del Mundo


El próximo 12 de febrero, Puerto Montt celebra sus 158 años de existencia.

La visionaria idea que tuvo el agente de colonización don Vicente Pérez Rosales de fundar una ciudad en el que en aquella época era solo un pequeño lugar (Astilleros de Melipulli) donde los alerceros chilotes realizaban sus faenas de producción de tablas de alerce en temporadas estivales, trayendo para este efecto sucesivos contingentes de inmigrantes alemanes que se radicaron en el naciente poblado y en toda la cuenca del lago Llanquihue, permitió con los años que estos colonos, gracias a su espíritu aventurero, tenacidad y a un alto grado de sacrificio, en mancomunión con la población chilota local, lograran hacer surgir y desarrollar la ciudad de Puerto Montt que hoy todos conocemos.

Pero hay un capítulo de esta historia, de la cual poco se ha hablado y escrito, y que es muy poco conocida por la comunidad. Se trata del sacrificado viaje por mar, en frágiles veleros, que tuvieron que realizar los colonos desde su natal Alemania a estas sureñas tierras.

A continuación publicamos una serie de relatos que ilustran las peripecias del viaje y los padecimientos que tuvieron que sufrir estos inmigrantes alemanes.

Viaje al Fin del Mundo

Por Dr. Klaus Keller Finsterbusch (Santiago, Chile)

El presente escrito sobre el viaje de los emigrantes alemanes desde Alemania a Chile es una selección y traducción de los contenidos de los diarios de viaje, relatos y cartas, publicados en «Geschichtliche Monatsblätter» por Georg Schwarzenberg y de la colección «Dokumente zur Geschichte der deutschen Einwanderung», editada y publicada en diferentes años por Ingeborg Schwarzenberg de Schmalz y el Prof. Günter Böhm. La selección y traducción fue realizada por el autor. Quiero expresar aquí mis más sinceros agradecimientos al Capitán de Fragata (r) don Henning Pohlmann por su gentileza de cederme los datos técnicos de los barcos nombrados en este trabajo y por el informe del Cónsul Hamburgués John Fehland.

Alegre es un viaje por mar...

Así reza una chistosa canción popular alemana. ¿El viaje de nuestros antepasados por el gran océano era realmente una alegría? Felizmente se han conservado algunos relatos y cartas de los inmigrantes alemanes, quienes entre los años 1850 y 1860 llegaron a Chile en los bergantines «Fortunata», «Grasbrook», «Susanna», «Hermann», »Australia, «Victoria» y «Middleton». Estos relatos entregan un cuadro muy realista de la vida diaria a bordo y los acontecimientos en el transcurso del viaje en cada uno de los diferentes barcos.
Con excepción del «Middleton», un barco inglés de 400 toneladas de registro que partió de Emden (Alemania), los barcos señalados pertenecían todos a la flota de Godeffroy de Hamburgo y salieron en diferentes fechas de Hamburgo a Corral [(Puerto de Valdivia), 39º 52‘ latitud S.; 73º 24‘ longitud W.] entre los años 1849 y 1859.
El precio de un pasaje Hamburgo-Valdivia en «entrecubierta» era en ese tiempo de 70 Reichsthaler [táleros], mientras que los pasajeros de cabina debían pagar entre 160 y 180 de la misma moneda.

A remolque al Mar del Norte

La primera etapa del viaje del puerto de Hamburgo a lo largo del río Elba al Mar del Norte, constituía ya una dura prueba de paciencia para los emigrantes, ya que debían esperar viento favorable para poder navegar por el río hacia la desembocadura del Elba y llegar a mar abierto. Esta distancia recorrieron los barcos dentro de 2 a 7 días. Para no atrasar en demasía la salida al mar fueron remolcados por un vapor hasta Glückstadt o Stade. El «Victoria» fue remolcado en mayo de 1852 de Glückstadt a Cuxhaven y con el viento favorable que allí soplaba llegó sin problemas al Mar del Norte.

Karl Dittrich, oriundo de Linda en Sajonia y pasajero del «Susanna», un bergantín de 300 toneladas de registro, relata la salida del velero del puerto de Hamburgo: “Jueves, 1 de julio [1852], poco antes del mediodía fue dada la orden que todos los pasajeros debían subir a bordo. Durante las primeras horas se produjo comprensiblemente en el puente de embarque y en el barco un atochamiento y revoltijo, hasta que los 104 pasajeros habían recibido y ocupado sus lugares. Mientras tanto llegó la hora del almuerzo. Habían grandes fuentes con carne de vacuno, papas nuevas y galletas.
Sin conocer la hora exacta de partida, me había recostado en mi recién asignado camarote y me quedé dormido. Después de aproximadamente una hora me despertó un tumulto. Subí a cubierta y vi que el barco, tirado por un remolcador, ya estaba navegando y se había alejado un buen trecho de Hamburgo. El tumulto que me despertó fue la despedida de los pasajeros. Ellos se habían colocado alrededor de la borda para observar atentamente la salida del barco y el panorama a ambos lados del rio Elba.
Junto con nosotros había salido de Hamburgo otro velero – el gran «Alfred», él como el «Susanna» pertenecía a la flota Goddefroy – con el mismo destino que nosotros, a Valdivia.
El Elba se ensanchaba cada vez mas. Cerca de Glückstadt, que ya no se podía ver, no se podían oberservar las riberas del rio. Al atardecer llegamos a Cuxhaven, donde estaban anclados varios barcos. También nuestro barco echó anclas para permanecer allí durante la noche.
Temprano en la mañana ya nos encontramos en el Mar del Norte. Cielo, agua y nuestro barquito, no vimos mas. Y así siguió hacia adelante“.




Partida de inmigrantes y vista desde la ribera sobre el río Elba cerca de Altona.
En el primer plano se observa un bergantín inglés, un lanchón y un vapor de ruedas con bandera
hamburguesa dirigirse al Mar del Norte. Óleo sobre madera de Johann Joachim Faber, cerca de 1840.

En el «Hermann», un barco de 342 toneladas de registro, durante su trayecto por el Elba a principios de julio de 1850 y debido a una lluvia muy fuerte, se hizo patente un error de construcción del barco. Por la escotilla mayor escurrió una gran cantidad de agua lluvia que inundó el entrecubiertas, mojándose la ropa de los pasajeros y sus cajones y maletas, ocurriendo lo mismo posteriormente en el «Victoria». Al tapar la escotilla se oscureció el entrecubiertas y por falta de ventilación, el aire se hizo irrespirable, de tal modo, que los pasajeros preferían permanecer sobre cubierta a pesar de la lluvia. El Capitán instruyó de inmediato al carpintero del barco para que colocara 2 tubos de 1 pie cuadrado a través de la cubierta hacia el entrecubiertas, para garantizar un adecuado intercambio de aire y una tapa sobre la escotilla para permitir su cierre y también el libre acceso al entrecubiertas.

Suerte en la desgracia

Con excepción del lamentable suceso con el agua lluvia en el «Hermann» y «Victoria», el viaje de Hamburgo al Mar del Norte de los demás barcos de la flota de Godeffroy se llevó a efecto sin mayores contratiempos. Sin embargo, la salida del bergantín inglés «Middleton» desde el puerto de Emden, no se inició bajo una buena estrella ese 2 de agosto de 1849. “A pesar de nuestra despedida de la patria, nuestro ánimo no estaba deprimido, más bien nos sentíamos libres y alegremente cantábamos con brío nuestras canciones de despedida al viento“ escribe el emigrante Karl Seidler de Münden en su relato de viaje. Media hora después de haber dejado atrás el puerto, el piloto que guiaba el barco se despidió, porque según él, ya no había peligro para la navegación, y volvió en su bote al puerto. El «Middleton» pasaba majestuosamente con la mitad de su velamen arriado por las olas y los pasajeros fijaban una vez más su vista en el panorama que brindaba la costa de su patria, cuando de repente un fuerte tirón y estruendo tiró los pasajeros casi al suelo e inmediatamente seguía un segundo y tercer golpe y el barco finalmente encalló en un banco de arena. El viento soplaba cada vez más fuerte y las olas, que inundaban la cubierta, seguramente habrían destruido los tres botes salvavidas al bajarlos por la borda, por lo tanto, había que encontrar otra solución para salvar a los pasajeros. Para esto se dio todo el velamen al viento con lo cual el barco se inclinó hacia un lado, cedió a la fuerza del viento, empezó a resbalarse por la arena y de pronto se encontraba en aguas más profundas. Por el violento choque con la arena se formó un forrado en el bergantín y rápidamente hubo que iniciar el bombeo del agua, acción en que participaban gustosos los pasajeros. Ya no se podía pensar en proseguir la navegación y devolverse sin piloto era totalmente imposible. El Capitán facheó el barco y lo mantuvo en el mismo lugar hasta que en la tarde se avistó felizmente un barco pesquero holandés. Por la emisión de señales de socorro del «Middleton» el barco pesquero se acercó, y como conocía una ruta segura, llevó al «Middleton» sin contratiempos de vuelta al Dollart [el Dollart es una bahía del Mar del Norte, en la cual desemboca el río Ems y se encuentra al frente del puerto de Emden]. Allí el barco fué reparado, pero recién dos meses y medio más tarde, el 18 de octubre, inició su viaje por segunda vez.

Tempestad, conciertos y caza de ratas

El Mar del Norte hizo gala con olas grandes, hubo tiempo frío y gris, de lo cual se quejaban todos los pasajeros. Pauline Metzdorff de Breslau en Silesia describe el inicio del viaje en el «Hermann» con las siguientes palabras: “Ay, en el inicio del viaje una se siente molesta y disgustada hasta que se acostumbra a todo. Tanta gente en un espacio tan reducido, los camarotes tan bajos como si una entra en una casita para perros; todo esto no me podía agradar al principio. Después se sumaban los mareos ya que fui una de las primeras afectadas. De a poco los mareos se terminaron y me volvieron las ganas de vivir“.
“Todos están con mareos con excepción de 12 pasajeros” cuenta Karl Anwandter de Calau el 8 de julio de 1850 en su Diario de Viaje como pasajero del «Hermann». Y sigue: ”Describir este horrible estado no vale la pena. La muerte me habría parecido como un gran alivio de este insoportable estado, el cual una persona sana no se lo puede imaginar. El asco que se siente ante cualquier alimento es tan monstruoso, que me producía tormento si escuchaba otros hablar de comida, de tal manera, que habría preferido tirarme al mar antes de tocar algún comestible”.
Karl Seidler nos informa que: “en el Mar del Norte empezó un viento bastante fuerte que aumentó de minuto a minuto. Tuvimos que soportar ese día y la noche siguiente una tempestad muy fuerte, que después jamás había sufrido una más violenta. El barco zurcaba el mar a merced del viento y las olas, apenas respondía al timón, hasta que de pronto nos encontramos a medianoche frente a la desembocadura del Támesis, lo que fue una suerte para nosotros, ya que al día siguiente, cuando el viento había disminuido, vimos en la costa cercana a la frontera belga-holandesa no menos de 14 barcos que habían naufragado a raíz de la fuerte tempestad de la noche pasada“. Otro pasajero del «Middleton», Adolf Schwarzenberg, oriundo de Kassel, relata que el «Middleton» casi embistió a un vapor y a una goleta cerca de la desembocadura del Támesis.

El «Victoria», óleo de Carlos Perot


El «Victoria» era un bergantín de 31,75 m de eslora, 8,18 m de manga, con un calado de 9,78 m y de 344 toneladas de registro. Fue construido en 1839. A fines de septiembre de 1852 este barco al pasar por el Mar del Norte también estaba sometido a una fuerte tempestad. El emigrante Heinrich Fehrenberg de Kassel escribe: “Las olas se alzaban muchas veces a más de 10 pies por sobre la borda y si llegaba una de estas olas a la cubierta, entonces se acompañaba con un estruendo como si un carro lleno de piedras se descargaba de una sola vez. El barco se inclinaba peligrosamente hacia un lado de tal manera, que tuvimos que cuidarnos de no salir despedidos de las camas. Cerca de la medianoche hubo repentinamente un ruidoso cacareo, una voluminosa ola se había precipitado sobre los gallineros, enterando bajo sus escombros una veintena de gallinas. Por fin amanece y llega la mañana esperada con ansias, el primer día con sol después de los sufrimientos pasados. Un barco pesquero inglés nos trae en este instante la noticia, que echaron a Louis Napoleón y la Guardia Nacional en unión con la Artillería está bombardeando Paris“. Uno puede imaginarse vivamente, como el pescador inglés, con una risa de oreja a oreja, contó después en el bar a sus correligionarios la historia inventada por él, que los desprevenidos emigrantes alemanes tenían que tomarla como cierta, ya que se encontraban en alta mar y no tenían otra fuente de información para confirmar la noticia.
El 14 de septiembre de 1858 el «Australia» también tuvo que soportar fuertes vientos contrarios con tiempo frío y desagradable neblina. A las 5 de la tarde fue avistada la costa de Inglaterra que se veía borrosa por la neblina. El autor del relato, Wilhelm Jacobs, oriundo de Schinne en Sajonia, menciona una caza de ratas a bordo, pero no agrega mayores detalles.
Después de las tempestades en el Mar del Norte el tiempo mejoró ostensiblemente. Theodor Körner de Calau, pasajero del «Hermann», está impresionado por la puesta de sol el día 11 de julio de 1850. “En la tarde nos encantó la preciosa puesta de sol que superaba en magnificencia todo lo visto por mi hasta ahora. La costa de Francia no se divisa, deberíamos encontrarnos a la altura de Cherbourg y Havre. En la noche hubo bajo mi dirección un concierto instrumental y después uno vocal dirigido por Hermann Ribbeck. El aplauso del público fue sin par“.
Después del tormentoso Mar del Norte los barcos entraban generalmente a las aguas más tranquilas del Canal de la Mancha, para encontrar después en el Océano Atlántico un oleaje más fuerte pero con viento favorable. “El viento nos favorece tanto, que en las últimas 24 horas recorrimos 150 millas“ escribió a bordo del bergantín «Fortunata» la señora Fanny Zöhrer de Fonck, la esposa del médico que fuera posteriormente el meritorio y apreciado médico de la Colonia de Llanquihue. Pero „el barco se movía y se inclinaba a cualquier lado, de tal manera que a una se le terminaban las ganas de escribir un diario“.

Mar calma y fabulosas puestas de sol

A medida que el viaje seguía hacia el sur y los barcos se acercaban a la costa de España y Portugal, aumentaba la temperatura del aire lo que los pasajeros notaban con mucho agrado. Una brisa fresca procuraba bienestar e impedía que la temperatura se elevara demasiado.
Entre los Trópicos de Cáncer y Capricornio hubo a menudo días con absoluta calma en que no se movía un airecito. Al sur del ecuador el «Middleton» pasó por una calma que duró interminables 14 días. Sin viento las temperaturas aumentaban desagradablemente. Wilhelm Jacobs, a bordo del «Australia», anota en octubre de 1858 temperaturas entre 24º y 27º R [Réaumur], lo que corresponde en la escala de Celsius a temperaturas de 30º y 33,8º. Durante estos calores la estadía en el entrecubiertas era intolerable y en las noches no era posible dormir. Por eso muchos pasajeros se acomodaban durante la noche sobre la cubierta para escapar del sofocante calor del entrecubiertas y de las cabinas.
“Muy hermosos son ahora los atardeceres en el mar“ relata Karl Anwandter. “La puesta de sol es todos los días diferente, pero siempre maravillosamente bella. Tanto considerando la formación y coloración maravillosa de las nubes como también el horizonte entero y el mar, especialmente anoche (23 de julio [1859]) la vista era indescriptiblemente hermosa. El sol se ponía detrás de ligeras nubes mientras que frente al sol ya brillaba la luna llena; todo el cielo hacia el oriente estaba sumido en el más hermoso rosado y sobre este fondo flotaban pequeñas nubes de linda formación, coloreadas de blanco, gris y verde y entre las cuales fluía la brillante luz de la luna llena. Después el cielo tomó un color rojo y al bajar más el sol, se transformó en azul-verdoso. Finalmente solo la parte superior del cielo poniente estaba teñida de rojo, la parte más baja del horizonte estaba vestida en verde y oro, las nubecitas blanco-verdosas se mostraban enmarcadas en oro y frente a este cielo la luna resplandecía casi plateada en el este sobre un fondo azul límpido entre graciosas nubes gris claras. Este cielo del atardecer es inmensamente bello y lo más hermoso que tenemos actualmente a bordo, que hasta los pasajeros mareados se mantienen alegres sobre la cubierta para admirar el espectáculo“.

Delikatessen en la carta... pero no en el plato

Desde 1832 garantizaba la primera ley de emigración de Bremen a los pasajeros de entrecubiertas por lo menos durante 90 días una dieta marinera nutritiva pero monótona: pan duro, legumbres y carne adobada, además arenques, sémola de cebada, arroz y ciruelas secas, también papas y chucrut, café y té y para los hombres en la mañana de vez en cuando un trago de aguardiente. Los emigrantes que salían de Bremen o de otros puertos acostumbraban autoabastecerse, lo que para inexpertos podía ser peligroso. Lo hacían para variar la dieta monótona en el barco.
Para los señores Godeffroy era cuestión de honor velar por una excelente alimentación de los pasajeros de sus barcos. Ellos prometían mucho, ante todo agua de muy buena calidad; para los pasajeros de cabinas incluso delikatessen: anchovis, arenques, sardinas, incluso frutas en conservas; para los pasajeros del entrecubiertas durante la primera parte del viaje buena cerveza, arenques, carne fresca de sus propios mataderos, buena mantequilla, etc.
“Por cierto tenemos muy buen agua a bordo, - agua filtrada y pura del río Elba“ escribe Karl Anwandter a bordo del «Hermann», “pero hasta ahora lo han recibido solamente los pasajeros de cabina, los pasajeros de entrecubiertas recibieron solo agua de otras barricas, que ya tenía mal sabor y era agua ordinaria del Elba. Cerveza también hay a bordo, pero no para los pasajeros sino para la tripulación y se obtiene solamente como un favor secretamente concedido por el segundo timonel y sus ayudantes, para el que sabía como ganarse ese favor.
Carne de los propios mataderos es una ilusión. Posiblemente entregarán más tarde buena carne, la que tenemos a bordo es carne americana ya navegada. Durante los primeros días de nuestro viaje nos servían carne de vacuno incomible que ya mostraba una coloración verdosa, su sabor recordaba el jabón y era tan dura y resistente que no había forma de triturarla con los dientes y por eso su destino final era invariablemente el chiquero o se la tragaban las olas.
Cuando en la primera semana aparecía en el menú arroz con pasas, se veían caras radiantes. Pero que amarga decepción, el arroz estaba azumagado y repugnante, corrió la misma suerte que la carne.
Todavía no hemos visto los arenques, a pesar de que con los mareos se despertaba el apetito hacia ellos. De muy dudosa calidad es la mantequilla que tiene mejor sabor que olor. Lo más repugnante es el azúcar. Es la peor clase que se puede encontrar en el comercio, de color gris-cafesoso, húmedo, lleno de mugre y de sabor y olor siruposo que hace del té y café una bebida de lo más repugnante.
Buena y satisfactoria es en cambio la calidad de las arvejas, porotos, galletas, harinas, frutas secas y la carne de cerdo. No obstante, es muy deplorable que la tan necesaria agua sea tan deficiente y el azúcar, mantequilla y arroz tan malos, ya que habría bastado solo un pequeño gasto más para eliminar cualquier queja. Puede ser que las instalaciones y lo reprendido aquí sea todavía más deficiente en otros barcos, pero nosotros y nuestros compañeros de viaje hemos sido desagradablemente decepcionados al acordarnos de los días en Calau y Lübben, cuando firmamos el contrato de viaje.
Actualmente [día 63 del viaje] nos sirven las siguientes comidas:
Lunes: Arvejas con carne de cerdo.
Martes: Lentejas, antes porotos blancos, carne de vacuno.
Miércoles: Arvejas grises y carne de cerdo (durante un tiempo) chucrut y papas.
Jueves: Caldo con arroz, unas pocas frutas secas y carne de vacuno.
Viernes: Arvejas grises grandes, también porotos y carne de cerdo.
Sábado: Sopa de cebada picada, además ... frutas secas, jarabe de azúcar, café.
Domingo: Budín y carne de vacuno con sopa de fruta seca.
El menor aplauso reciben: arroz, cebada picada y budín. Este último, sin embargo, es una grave mofa al plato que se conoce comúnmente como budín, ya que está preparado solo con harinas y agua, algo de sal y mantequilla o grasa, colocado dentro de una bolsa se hierve en agua de mar, lo que da como resultado una masa dura en forma de albóndiga que aguanta solo un estómago al que no le entran balas“.
También Wilhelm Jacobs, pasajero del «Australia» se queja no sin motivo: “Las comidas son bastante tristes para mi, en la semana hay 3 veces sopa de arvejas sin papas, 1 vez porotos, 2 veces sopa de cebada picada y el arroz, todo producen muchos gases. Las galletas tampoco tienen buen sabor y uno anhela un buen plato con papas y buenas sopas. Hace bastante tiempo que ya no tomo desayuno ni cena“.
Para diversificar y mejorar en algo la dieta, los barcos se abastecían en Hamburgo con hasta 6 cerdos vivos y algunas docenas de gallinas, mantenidos en chiqueros y gallineros en la cubierta del barco, se mataban para servir de carne fresca a los pasajeros en algún día de fiesta.
Theodor Körner relata un desacostumbrado mejoramiento del menú. Al pasar el «Hermann» del hemisferio norte al sur, un tiburón joven de 5 pies de largo nadaba rodeando el barco y picó en el gancho de la carnada. Enseguida fue sacado del agua y tirado sobre la popa del barco donde daba furiosos y peligrosos golpes con su cola, pero el capitán con un gran cuchillo le cortó sencillamente la cola. El tiburón perdió mucha sangre y con esto su fuerza. Se le colocó un palo entre sus mandíbulas para que no pudiera morder y enseguida se le abrió la cavidad abdominal y se le descueró. Su carne, blanca y apetitosa, fue cortada y repartida entre los pasajeros. Después de que la carne estuvo todo el día remojando en agua de mar, en la noche se preparó friéndola en mantequilla y una parte se cocinó en agua, todos los pasajeros disfrutaron la apetitosa carne de tiburón después de largo tiempo de privación de carne fresca. La tripulación no participó, quizás por prejuicio.
Ya en la cercanía del Cabo de Hornos cuenta Theodor Körner, que “los alimentos y especialmente el agua están escaseando y hace 14 días que no hemos recibido ni una gota de agua. Hay que conformarse con el tazón de té servido para el desayuno y la cena, lo que no basta ni para calmar medianamente la ardiente sed provocada por las comidas pesadas y la carne adobada. A pesar de que el agua es tan mala que su mal sabor y olor se pasa por comidas y bebidas, uno está sediento por una gota de este líquido“.
Debido al fuerte viento que soplaba en el Mar del Norte, en el «Middleton» se destruyeron la porcelana, botellas de vino y cajones llenos de alimentos. Los tambores con agua se desamarraron y se vaciaron sobre la cubierta. Como consecuencia hubo que racionar el agua y el restante ponerlo bajo llave. Durante todo el viaje se recogía el agua de lluvia en tambores y otras vasijas que la tripulación distribuía sobre la cubierta, tanto en el «Middleton» como en los otros barcos en que viajaban los emigrantes.
Pero no solo los pasajeros sufrían con la mala alimentación a bordo sino las tripulaciones se afectaban también seriamente. El día 29 de noviembre de 1859 el médico Dr. E.C. Henckel de Valparaíso le envió al Cónsul Hamburgués un certificado en que escribía, que “la totalidad de la tripulación del bergantín hamburgués «New Ed» esta afectada en mayor o menor grado de escorbuto, la continuación de su viaje sería altamente peligrosa y siente que es su deber expresar su extrañeza sobre la continuada presentación de casos agudos de esta enfermedad en los barcos de Hamburgo y Bremen, existiendo la posibilidad de la preparación de vegetales y jugo de limón frescos para prevenir fácilmente la enfermedad, la que es una rareza en la Marina inglesa y francesa“. Por eso, Karl Anwandter parece no haber errado cuando escribió en su Diario de Viaje de un “inescrupuloso abastecimiento“ del barco.

Duelo a pistolas y Agua de Colonia para el entrecubiertas

Cuando mucha gente convive por un tiempo largo en un espacio reducido, como era el caso durante varios meses en los barcos de los emigrantes, se presentaban con frecuencia situaciones que llevaban a contrariedades, desconfianza y envidia, en suma, la vida a bordo se transformaba en un infierno. “Aún las cosas más pequeñas que se reciben a veces del Capitán son envidiadas por los pasajeros. Es interesante ver como algunos no despegan su vista de la puerta de la cocina al medio día o en la tarde“ escribe Wilhelm Jacobs. Adolf Schwarzenberg constata “que se conoce mejor a una persona durante la convivencia en un barco que durante una convivencia 100 veces más larga en tierra firme. Por esta convivencia cercana y estrecha la persona se muestra más fácilmente con su verdadero carácter. En los pocos meses del viaje he aprendido más de la psiquis humana que en toda mi vida anterior“.
El en Alemania muy conocido escritor y aventurero Friedrich Gerstäcker (1816-1872) describió en 1837 a su madre “su“ entrecubiertas: “Imagínate un espacio de aproximadamente 11 pies de largo, 9 pies de ancho, 8 pies de alto, dispuesto a ambos lados con literas, de las cuales hay siempre una encima de la otra, de tal manera, que cada litera alberga 10 personas, 5 abajo y 5 arriba. Imagínate ahora encerrados en este espacio durante mal tiempo unos 115 emigrantes, imagínate su transpiración, las risas, vociferación, sus vómitos, lamentos, gritos de niños, etc., etc., y tendrás un cuadro bastante real del entrecubiertas!"





Entrecubiertas de un velero de emigrantes, 1850


Ernst Frick escribe en su diario: “No puedo dejar pasar la oportunidad sin antes hacer una comparación entre el chiquero y el entrecubiertas; lo que respecta a la localidad, este se encuentra en desventaja frente a aquél, gracias a Düsseldorff & Comp. [el verdadero nombre de la compañía es Dieseldorff & Comp.]. Trataré de probar mi afirmación al final de mi diario“. ¡Lamentablemente no lo hizo!
Aparentemente había muy poco espacio en el entrecubiertas del «Australia» como informa Wilhelm Jacobs: “La lluvia fue intensa durante todo el día lo que nos obligaba permanecer en el entrecubiertas, también hoy día comimos en forma muy limitada por primera vez en el entrecubiertas ya que falta espacio libre. [...] El Capitán roció hoy el entrecubiertas con vaudecolugne [sic] [Eau de Cologne = Agua de Colonia] para mejorar en algo el olor“. Y al día siguiente: “Hoy tuve nuevamente una controversia con la señora M., todo el mundo lo escuchó y eso me dejó malhumorado. Me es imposible ahora expresar mis sentimientos, anhelo con impaciencia de que cambie nuestra situación y lleguemos pronto a nuestro destino“.
Carl von Numers de Kassel resume el ambiente en el entrecubiertas así: “Encuentro insoportable la vida en el entrecubiertas, la alimentación es pésima y – los pasajeros a veces más malos todavía“.
En el «Hermann» se prestaba especial atención a la limpieza. Karl Anwandter escribe lo siguiente: “... la limpieza del barco es reconfortante; una junta directiva, elegida cada 4 semanas, controla estrictamente la limpieza del entrecubiertas que es barrido y limpiado cada mañana bajo su supervisión“.
Los pasajeros de cabina se encontraban en todo sentido en mejor situación que los habitantes del entrecubiertas, sin embargo, esto no los protegía contra desavenencias entre ellos. Adolf Schwarzenberg relata sobre una diferencia de opinión entre dos pasajeros: “Numers y Buschmann tenían un altercado algo fuerte, de tal manera, que el último retó a Numers a duelo a pistolas. Numers le contestó que él pertenece a la nobleza y por eso no podría batirse en duelo con Buschmann“.

Pasatiempos a bordo

“Por el considerable número de compañeros de viaje y en vista de la peculiar circunstancia que el pasajero Lincke traía consigo un organillo, que con sus alegres melodías prestó mas tarde buenos servicios durante la fundación de Puerto Montt, y que Degelon se desempeñaba componiendo versos a la manera de Hans Sachs, no podían faltar las diversiones que interrumpían mas o menos gratamente la rutina diaria“, escribe el pasajero del velero «Susanna» Karl Dittrich.
“El principal pasatiempo era la pesca y la caza de pájaros y peces con escopeta. En los primeros días del viaje cazamos un delfín que nadaba dentro de un gran cardumen alrededor del barco. Lo subimos a bordo y lo preparamos para comerlo, pero su carne no fue muy apetitosa para nuestro paladar. Los peces voladores que caían con frecuencia en la cubierta, bien preparados y fritos tenían un excelente sabor“ cuenta Karl Seidler, pasajero del «Middleton».
La señora Fonck escribe: “El 20 de mayo [1854] pasó en forma muy tranquila y al atardecer tuvimos una linda vista. Llegaron peces de 6 pies de largo cerca de nuestro barco; se llaman delfines y cada 3 minutos subían a la superficie del agua para tomar aire. Dentro de 10 minutos habían cientos de estos peces alrededor del barco. El timonel tomó una pica amarrada a una lanza y la tiró hacia los delfines. (Este instrumento se llama arpón). Pero no pudo cazar ninguno de los peces. El carácter vivaz de los peces fue una impresión muy grata que nos alegró la tarde“.
“La observación del mar, la aparición de diversas medusas, moluscos, algas y en la noche su hermosa fosforescencia, nos entretuvieron durante muchas horas“. Sobre esto escribe también Theodor Körner: “Cuando se mira en la oscuridad de la noche de la borda del barco al mar, se parece éste a una corriente de fuego; cuando uno se sube al palo de foque y observa como la quilla corta las olas, tiene una vista hermosísima y uno cree en el verdadero sentido de la palabra que está navegando a través de fuego“.
“En la cubierta se lee y se escribe“ relata Karl Anwandter, “los niños reciben enseñanza, se juega a los naipes, también se toca música y se baila, si no aparece algún animal que llama la atención de los pasajeros. Libros, especialmente de historia natural tenemos en abundancia y son leídos aplicadamente, también escritos sobre Chile, a los cuales el Capìtán agrega sus experiencias“. Por supuesto los emigrantes aprovechan también las largas semanas para mejorar sus conocimientos de la lengua española.
En el «Grasbrook», un bergantín algo más pequeño que el «Cesar & Helene», construido en 1853 en Hamburgo, que viajó varias veces a Chile y más tarde en 1863 quedó varado cerca de Ameland (Costa del Mar del Norte), viajaba entre 73 pasajeros la familia de Gustav von Bischoffshausen. Su esposa Sophie escribió en una carta a sus padres: “Gracias a Dios están todos sanos, especialmente Gustav quien hace poco organizó un tiro al blanco, y los niños están alegres y están engordando nuevamente sobremanera“.
Otro «pasatiempo» es relatado por la señora Fanny de Fonck: “Martes 6 [junio de 1854]. Todavía llueve, los marineros juntan el agua de lluvia que se usa para cocinar y para beber. Yo y el comerciante de Bremen revisamos nuestras maletas que estaban durante toda la noche en el agua. Parte de la ropa estaba mojada. Después del almuerzo mejoró el tiempo y tuve la oportunidad de secar mi ropa. Un marinero de cubierta, un joven amigable y aplicado, me consigue algo de agua de lluvia para poder lavar mi ropa. Mi marido me ayuda diligentemente. Estoy parado con los pies desnudos y con la pollera arremangada delante de mi cuba y lavo 16 pañuelos, 3 mañanitas, 2 toallas y mi marido lava sus calcetines. A pesar de la falta de abundante agua mi ropa queda limpiecita y mi marido se alegra de mi habilidad. Yo le prometo, si nos va mal, voy a ganarme el pan con el lavado de ropa. Un joven español de Valparaíso de 18 años de edad me cuenta que en Chile no se lava la ropa en casa, ninguna empleada de casa se prestaría para el lavado de ropa. Para el lavado de 4 camisas se paga 15 monedas de plata [Silbergroschen], yo me estremezco ante esta suma, pero más todavía por el lavado mismo que se efectúa en Valparaíso golpeando la ropa. Cada 2 años se gasta una docena de camisas.
Con el acercamiento de otros barcos veleros los pasajeros salían de su rutina diaria y de su aburrimiento. Karl Seidler describe un encuentro con otro velero con estas palabras: “A la altura del Trópico de Capricornio un barco de 3 palos cruzó nuestro curso, venía de Australia y se nos acercó tanto, que ambas embarcaciones bajaron botes al agua para cambiar informaciones, comparar las posiciones de los barcos, cambiar alimentos, etc., y después de media hora de visita cada barco seguía su curso“.
“Ya desde algunas horas se observó una vela, la primera en varias semanas, la que fue reconocida por el Capitán como perteneciente a la flota de Godeffroy Comp. El Capitán conocía el del barco que se acercaba, nos prometió llevar a bordo del «Sophie» un saludo a la patria cuando el barco se acercara más, lo que podría durar como una hora ya que reinaba calma completa“, escribe Heinrich Fehrenberg en una carta a sus padres y sigue: “Cristian [Fehrenberg] y M. querían escribirles personalmente y ya habían terminado la carta, faltaba solo la dirección, cuando el Capitán se alejó del barco llevando nada más que lo que Uds. ya habrán leído en el Diario de Kassel. Esto nos dolió sobremanera ya que Uds. no conocen el motivo por el cuál nuestros nombres no aparecen bajo el saludo. Ya habíamos perdido toda esperanza de poder enviarles nuestra carta, cuando nuestro bote sin el Capitán pero con el timonel del «Sophia» se alejaba de éste. Pueden imaginarse nuestra alegría al ver que el bote tuvo que volver. El «Sophia» salió hace 6 semanas de Valparaíso y navega directamente a Hamburgo. A principios de diciembre puede estar nuestra carta en vuestro poder“.
Estos encuentros en alta mar resultaban a veces peligrosos o también trágicos. La señora Fanny de Fonck relata en una carta a su amiga en Praga sobre dos encuentros que presenció a bordo del «Fortunata»: “12 de agosto [1854]. Hay viento fuerte pero no tempestad, después de varios días subo a la cubierta para respirar aire fresco. A la derecha de nuestro barco navega un barco grande que se acerca como flecha a toda vela hacia nosotros. El Capitán esperaba que el otro barco pasaría detrás de nuestro barco, como era obligación según las leyes de navegación en alta mar. Pero esta esperanza no se cumplía y en 10 minutos más los barcos chocarían irremediablemente y nosotros estaríamos perdidos. Pero nuestro Capitán con toda la fuerza de las velas viró rápidamente el barco, pasando el otro barco raudo por delante de la punta de nuestro bergantín. El Capitán estaba muy indignado que el barco había violado la ley, y nosotros nos sentamos serios y tristes, para almorzar“. Y apenas un día después: “14 de agosto. Ayer alrededor de la 5 de la tarde el Capitán nos informa que se avistó en la lejanía un barco con la bandera izada pero sin velas, señal que le había ocurrido alguna desgracia. Subimos todos a cubierta y nos acercamos al barco avistado para llevarle ayuda. En media hora nos hemos acercado tanto que los Capitanes se pueden comunicar mediante una bocina. Es un barco inglés que navegó por la misma tempestad que nosotros, pero con menos suerte, ya que perdió su timón, no puede maniobrar y se encuentra a merced del oleaje. Desde nuestro barco no le podíamos proporcionar ayuda y quedaba únicamente la esperanza que no se iniciara otra tempestad para que ellos mismos pudieran instalar un nuevo timón. Para mi consuelo no hubo tempestad en la noche ni hoy durante el día y los desdichados tuvieron la oportunidad de reparar el daño“.

Oficios religiosos y fiestas familiares

El señor «Metropolitan» Geisse [Dr. phil. et theol. Friedrich Geisse de Rotenburg sobre el Fulda] viajaba a bordo del «Victoria» y realizó el 26 de septiembre de 1852 un oficio religioso sobre la cubierta „lo que se repetirá probablemente todos los domingos“ relata Heinrich Fehrenberg. El pastor Karl Manns de Ermschwerd cerca de Witzenhausen, también a bordo del «Victoria», complementa lo anterior: “Con el Dr. Geisse ya nos habíamos puesto de acuerdo para tratar de realizar cada domingo una hora de oración. El Capitán, los marineros y una parte de los pasajeros veían esta iniciativa con buenos ojos, y así nos alternamos con el Dr. Geisse cada domingo en la conducción del oficio religioso a partir del octavo dia de nuestro viaje saliendo del Canal de la Mancha. Muy pocos no asistían a nuestros oficios. Este primer domingo era un dia sereno y silencioso y así todos los que le seguían con excepción de un domingo cerca del Cabo de Hornos en que tuvimos que suspender el oficio por el tiempo desapacible.
En la cercanía de las Islas Canarias se celebra en el «Middleton» el compromiso matrimonial de Carl Seidler y Bertha Buschmann. Adolf Schwarzenberg comenta esta fiesta en su diario de viaje: “El Capitán había organizado un almuerzo tan excelente, que sería difícil encontrar uno igual en tierra firme. Después del almuerzo empezó la juerga y se hicieron innumerables brindis a la salud de los novios, de la tripulación, del Capitán y al logro de la especulación de los emigrantes que ellos regresarían dentro de 5 años a Alemania como gente rica. Después del té se preparó un ponche que finalmente liquidó a Müller, ya que cuando en la noche me dirigí a la cabina del Capitán para tomar agua, vi a Müller tendido en el suelo y, como escuché después, sangró abundantemente y perdió un diente. Alrededor de las 10 nos acostamos, pero el calor nos hizo insoportable la noche“.
El 29 de septiembre de 1850 se celebró en el «Hermann», que navegaba al sur de las Islas Falkland, las bodas de plata de Karl y Emilie Anwandter con un “sencillo ponche de vino de un muy agradable sabor“.
También en el «Hermann» se celebró 5 dias antes de su arribo a Corral un matrimonio. Johann Jakob Keller escribe sucintamente: “El 7 de noviembre [1850] hubo un matrimonio en nuestro barco: un cirujano de 50 – 54 años de edad, religión hebreo, la novia con 31 años de edad, religión cristiana“. La señora Pauline Metzdorff amplía lo escrito por Keller: „El señor K.[askel] de Berlin y su novia, una viuda, se dejaron casar por el Capitán; nueve pasajeros estaban invitados. Cada uno de los invitados sacó sus mejores prendas de sus maletas, se vistieron y se arreglaron para la ceremonia que se realizó a las 3 horas. En la cabina se colocó una capeta blanca sobre la mesa que estaba adornada con un crucifijo y una vela. El Capitán se presentó en su mejor tenida, leyó el acta de matrimonio y después se sirvieron dos jamones cocidos y mucho vino“.
El 18 de octubre de 1852 se celebró el aniversario del combate de Leipzig [victoria de los aliados sobre Napoleón, 16 al 19 de octubre de 1813], “incluso con algo de fuegos artificiales sobre la cubierta“.

Un cometa en el cielo estrellado

Las tibias noches en la cercanía de las Islas Madeira y Canarias invitaban a los pasajeros a admirar las estrellas, lo que los mantenía a veces durante largas horas en la cubierta o los atraía incluso para subir a cubierta durante la noche. Ya antes del 2 de octubre de 1858 Wilhelm Jacobs observaba desde el «Australia» “un cometa en el poniente; entre las 6:30 hasta las 8 horas, con una cola larga que aumentaba constantemente“. El «Australia» navegaba en esos días en las cercanías de la Isla Madeira. Un mes después, el 8 de noviembre, “el cometa con su larga cola es apenas visible y parece que se va perdiendo de a poco“ cuando el barco ya se encontraba a 27º latitud S.
Con estas pocas palabras el emigrante se refiere a su observación del en ese año famoso cometa «Donati», descubierto por el astrónoma italiano Giovanni Battista Donati (1826-1873) el 2 de junio de 1856, inicialmente solo visible como una mancha nebulosa con la ayuda de telescopios potentes al lado de la estrella Lamda en la constelación Leo Menor. El 2 de octubre el núcleo del cometa es extraordinariamente brillante y redondeado en dirección al sol. Su mayor brillantez lo alcanza el 5 de octubre. Su cabeza se encuentra cerca de la estrella Arcturus, a la cual casi iguala en luminosidad. Su aspecto telescópico es extraordinario y raras veces superado. El cometa «Donati» llega a su perigeo el 10 de octubre. La cola alcanza su mayor tamaño con 60º de largo y 6º de ancho. Hacia el extremo de la cola se encontraban cinco o seis estrías de claras y bien delimitados contornos de 30º de ancho. El tiempo de mejor visibilidad era de alrededor de un mes. El 1º de marzo de 1859 fue observado por última vez a través de un telescopio por el Profesor Dr. Karl Moesta del Observatorio de Santiago (Chile). Según los cálculos astronómicos, el cometa «Donati» tiene un tiempo de revolución alrededor del sol de 2040 años y, por lo tanto, ¡debería aparecer nuevamente en el cielo en el año 3898! Los cometas han sido considerados por gente supersticiosa como anuncio de desgracias o de acontecimientos extraordinarios.


El cometa «Donati» sobre Paris

El ominoso 13

Cuando Karl Anwandter ya había llegado a Chile, escribió en una carta a un amigo: “En el «Susanne» se enfermaron de Cólera una gran cantidad de personas ya durante la navegación por el río Elba. Cerca de Cuxhaven y más tarde fallecieron 13 personas“. El «Susanna», también una embarcación de la flota de Godeffroy, zarpó de Hamburgo un mes y medio más tarde que el «Hermann» con rumbo a Chile.
A la muerte y el sepelio de un marinero en el Atlántico se refiere la señora Fanny de Fonck: “Un marinero tratado por mi marido durante 8 días por sus úlceras intestinales, fué encontrado muerto en su cama a las 10 de la mañana. El cadáver fue introducido en un saco amplio y quedó hasta las 8 de la tarde sobre la cubierta. Según la costumbre en el barco el Capitán trajo una botella de vino Bordeaux y nos sirvió un vaso. Hay un silencio solemne y nadie se atreve a decir palabra alguna. A mi me parece que se está diciendo silenciosamente una misa de difuntos para el marinero fallecido. Todos los marineros están muy tristes y uno de ellos se lamenta contándome con tono triste, que éste es su cuarto viaje en que participan 13 marineros, y cada vez ha muerto uno de ellos. En sus otros viajes con menos o más marineros no se había muerto ninguno. A las 8 de la tarde se efectuó el sepelio según la costumbre marinera. Se enfrentan dos velas, se coloca un tablón en el borde de la cubierta y encima el cadáver. El Capitán toca con su mano la cabeza del fallecido, con la otra se saca el sombrero como también los marineros y pasajeros que asisten al acto. Con las palabras «En el nombre de Dios», pronunciadas por el Capitán con voz temblorosa, se tira el cadáver al mar. Le sigue su cama y algunas de sus prendas de vestir para impedir la propagación de la enfermedad. Ahora supe que en la mañana la mascota, el perro del barco, se fue fuera de borda; tenía calambres y el segundo timonel lo tiró al mar“.
El informe del 1º de mayo de 1858 del Cónsul Hamburgués en Valdivia, John Fehland, señala que “el bergantín «Reiherstieg» de la empresa naviera Godeffroy llegó a Valdivia el 12 de diciembre de 1857 después de un viaje de 116 días de duración con 143 pasajeros a bordo. Durante su viaje perdió a 14 pasajeros por fiebre nerviosa [tifus]. Después de la llegada del barco (Capitán C. Stammerjohann) se murieron todavía algunos de los pasajeros. “El más afectado por esta desgracia fue Georg Haverbeck, sastre de Göttingen, quien perdió durante el viaje a seis de sus hijos (4 entre 13 y 19 años de edad), y así perdió gran parte de su fortuna, que estaba invertida en los pasajes de su familia, llegando al país sin la fuerza de trabajo con la que contaba para su progreso en Chile”.- En otra carta la empresa naviera rechaza su culpabilidad diciendo que la familia Haverbeck había consumido alimentos en mal estado que ella misma había traído de Alemania..."
El día jueves, 20 de octubre de 1852 relata Heinrich Fehrenberg: “Esta tarde falleció un niño de unos 3 años de edad, probablemente mañana será su funeral“. Y el 22 de octubre escribe: “El descubrimiento más desagradable se hizo esta mañana en el entrecubiertas. Hasta ahora se escuchaban quejas a lo sumo sobre la mala alimentación, la mala calidad del agua, etc., lo que ahora seguramente perderá importancia frente al descubrimiento señalado. Solo algunos barcos con emigrantes pueden vanagloriarse de haberse escapado de la presencia de «bichos» y hoy nos dimos cuenta que nuestro barco no se encuentra dentro de esa minoría. No podrían adivinar a que género pertenecen estos animalitos aunque les digo que esta mercancía es sumamente frecuente en Rusia y Polonia“. Parece que Fehrenberg tenía demasiados escrúpulos como para nombrar los piojos por su nombre. “A las 10 horas se izó la bandera y después de una oración del señor Geisse, el cadáver del niñito se hundió en el mar“.
En el «Australia», después de que pasó el Trópico de Cáncer, los niños tienen desde hace unos 8 días un fuerte sarpullido especialmente en el cuello“. Después que Wilhelm Jacobs había anotado su observación del cometa, se descubrió en el «Australia» los primeros piojos y una semana después hubo un clamor generalizado.
Los pasajeros relataron no solamente acontecimientos tristes sino también alegres. Karl Seidler en el «Middleton» escribe que “nuestra perra de caza tuvo 4 cachorros, animalitos hermosos, que naturalmente fueron muy mimados por nosotros. Ocho días más tarde la señora de un carpintero dió a luz a un varón, el que fué bautizado el domingo siguiente por el Capitán recibiendo el nombre «Middleton»“.

Noche de paz...

De los 7 barcos nombrados antes, solamente dos, el «Australia» y el «Middleton», navegaban durante los días de Navidad. Mientras Karl Seidler no menciona nada sobre la fiesta de Navidad en el «Middleton», Adolf Schwarzenberg relata lo siguiente: “Domingo, 23 de diciembre. A las 12 de la noche nos despierta el Capitán como a todos los pasajeros de cabina para tomarnos un Brandy con él y festejar la Navidad. Cuando llegamos a la cabina, los dos viejos ya estaban borrachos. Müller le sirvió tanto al Segundo Timonel, que después de una hora ya no podía estar parado. Me acosté a las 4 de la mañana. ¿Como habrá pasado este día mi gente en Alemania????“
Wilhelm Jacobs nos informa sobre la fiesta de navidad en el «Australia». Viernes 24. A las 4 se mató otro cerdo para la fiesta de Navidad. A las 4 horas (allá las 10 horas) tuve un sueño muy hermoso con la casa, especialmente agradable con M. Sch. y ... Schulze, las que seguramente hablaron mucho de nosotros mientras hacían galletas. Desearíamos tener aquí un pedacito de kuchen. Para nuestra mesa recibimos un jamón y una botella de «Viejo Madeira» para la Navidad, lo que fue repartido y cada uno recibió ¾ de libra. 8º R. [10ºC].
Sábado 25. 110 días de viaje. Navidad.
Desde las 8 el viento de norponiente sopla muy fuerte, avanzamos rápido con todas las velas desplegadas; alegría generalizada por la buena marcha de la navegación. 18º R. [22,5ºC].
Los niños reciben azúcar y galletas de miel del Capitán. A las mujeres les entrega a cada una un vaso con fino licor de guindas para el desayuno, a los hombres un vaso de ginebra, a los marineros coñac. Para el almuerzo hay carne fresca de cerdo con frutas secas y albóndigas, todo exquisito. Al atardecer el viento se transforma en tempestad, una noche en vela. No hemos recibido agua“.

Bautizo en el ecuador: Neptuno sube a bordo

El «Hermann» no recibió la visita de Neptuno, no se dieron a conocer las razones. Theodor Körner se lamenta: “Al fin cruzamos hoy el ecuador entrando al hemisferio sur, después de surcar las aburridas aguas de esta parte del globo. Nada nos indicó este hecho, no hubo ningun festejo, antaño costumbre para realizar el bautizo en el ecuador“.
“... la tripulación preparaba el acostumbrado bautizo, que se realizaba con la consiguiente aplicación de jabón de afeitar en la cara, seguida por una afeitada además del baño en un gran tonel con agua. Dependiendo de la generosidad, se repartía en cantidades mayores o menores alcohol a la tripulación“ cuenta Karl Seidler, pasajero del «Middleton».
La señora Fanny de Fonck también informa sobre el bautizo en el ecuador a bordo del «Fortunata»: “Era el 10 de junio cuando pasamos la línea. Como se sabe, este paso es motivo para un festejo a bordo, durante el cual Neptuno con su séquito sube a bordo y bautiza a todas las personas que todavía no han pasado el ecuador. Neptuno avisa su visita mediante una carta en la mañana. Después del almuerzo aparece en persona acompañado por dos dignatarios. Entró al camarín y allí se produjo una escena tan cómica que no dábamos más de tanta risa. Después les lee a cada uno un papel que había que firmar, y como impuesto había que entregar una botella de vino. Enseguida nos conminaron a subir a la cubierta donde nos tiraron agua de todos lados. Como yo era la única pasajera mujer a bordo, cada marinero quería darse el gusto de bautizarme personalmente y algunos lo repetían, de tal manera, que me llegaban unos 15 a 17 baldes de agua. Finalmente estaba tan mojada y sentía tanto frío que ya no podía seguir parada y entonces mi esposo pidió llevarme al camarín, que estaba cerrado con llave durante la ceremonia. Bastante tiempo después seguía con dolores de garganta, que los siento también ahora de vez en cuando. Así le hacen cariño a una en alta mar“.
Heinrich Fehrenberg describe el bautizo en el «Victoria»: “Hoy a medio día celebramos la fiesta de Neptuno. Creo que no se realiza en todos los barcos que pasan la línea, pero como en el nuestro viajaba mucha gente [196] y entre ellos pasajeros muy solventes, los marineros no dejaron pasar la oportunidad sin aprovecharla. El Dios Neptuno se había anunciado ya en la noche anterior y ahora llegaba con su esposa, seguida por su mano derecha, el Notario, la Policía, etc., todos vestidos apropiadamente. Neptuno, Dios de los mares, Emperador de la luna, nos dió un discurso lleno de increíbles disparates. Enseguida se determinó la posición del barco mediante un inmenso sextante a lo cual el Capitán dió su visto bueno resultando que habíamos cruzado el ecuador a la 1 de la tarde. Finalizadas estas ceremonias se procedió a bautizar unas 15 personas que no se habían librado mediante el pago de algún dinero. Los sentaron sobre toneles y con una brocha grande se enjabonaron para afeitarlos después con una navaja de madera de 2½ pies de largo. Para finalizar la ceremonia se le vació un balde de agua sobre la cabeza a cada uno de los bautizados, acompañado por el júbilo y los aplausos de los espectadores. En la noche hubo un baile en que tuve que hacer de orquesta“.
El texto de la proclama de Neptuno para el bautizo de los pasajeros primerizos en el ecuador nos lo brindó Wilhelm Jacobs en su relato de viaje:

“Nosotros, Neptuno, Dios de todos los mares, lagos, lagunas y ríos de esta tierra, y de los animales y peces que se movilizan en ellos, de los barcos a vela que navegan en nuestras aguas, de los habitantes de la tierra que se encomiendan a mis elementos, hemos considerado bautizar a todos aquellos que el destino los ha llevado de una parte del mundo a la otra, navegando de un hemisferio al otro y por consiguiente cruzar el ecuador durante su viaje, pero con un rescate es posible atenuar el bautizo o liberarse totalmente de él.
Debo advertir todavía a todos los participantes que, si no pagan el rescate u otras sumas que lo puedan reemplazar, les caerá mi venganza y la de los míos siendo embalsamados con mi tristemente célebre jabón de afeitar y trasquilados sin misericordia con el gran cuchillo y finalmente bautizados.
Así sucedido en el Océano Atlántico en la cercanía del Ecuador para el conocimiento del Bergantín Hamburgués, firmado y refrendado con mi sello personal.



Certificado de bautizo al pasar la línea del ecuador
en el año 1925.
La inscripción dice:
OCEANUS PACIFICUS EQUATORIS LINEA TRANSITUS
IN NOMINE REGIS N E P T U N U S
Maris Imperator Babtiso te. Capt. Orfelio Jessen
"Salmons"
Novellus aquaticus nostrae familiae.
AUGUSTUS, 26 = 1925

El horror de los veleros: el Estrecho de Le-Maire

La navegación siguió ahora hacia el sur y después de cruzar el Trópico de Capricornio los barcos tenían generalmente vientos favorables lo que los hizo avanzar notablemente. La temperatura del aire comenzó a bajar sensiblemente y los pasajeros sacaron ropa abrigadora de sus baúles y cajones para protegerse del frío.
En la punta sur-este de América del Sur se encuentra el tristemente célebre Estrecho de Le-Maire que separa la Isla de los Estados de la Tierra del Fuego, ambos dominios argentinos. El Estrecho es el horror de los barcos a vela, ya que repentinamente puede cesar el viento y la embarcación entra con el velamen flameando en una caldera del diablo en medio de la corriente de agua entre la punta este de Tierra del Fuego y la costa de la Isla de los Estados, en cuyas rocas naufragaron en el pasado innumerables veleros. Por esta razón los Capitanes guiaban sus barcos preferentemente entre la Isla de los Estados y las Islas Falkland hacia el sur para bordear después el Cabo de Hornos y llegar así a la costa occidental del continente sudamericano. Capitanes todavía más precavidos pasaban con sus barcos al oriente de las Islas Falkland hacia el sur.
“Sábado. En la tarde a las 7 horas avistamos la costa de Tierra del Fuego y a la izquierda la Isla del Estado“ escribe Heinrich Fehrenberg. “El Capitán no quería pasar de noche por el estrecho ubicado entre la Isla y el continente, por eso cruzamos hasta la mañana siguiente. Domingo 28 [noviembre de 1852]. Por la fuerte corriente nos acercamos tanto a la costa de Tierra del Fuego que tuvimos que tomar curso al noreste para ganar más longitud este, ya que la punta de la costa se dirige mucho hacia el este. Al medio día nos alejamos lo bastante de la costa, de tal manera que el Capitán quiere tratar de pasar por el estrecho con viento sur-oeste. Después de varias horas estábamos bastante cerca del Estrecho de Le-Maire cuando el viento repentinamente cambió su dirección y tuvimos que virar.
Lunes 29. Después de haber cruzado durante toda la noche, en la mañana nos encontramos frente a la Isla de los Estados, y tan cerca, que podemos distinguir claramente la rompiente en la costa“.

Cazando en una Isla desierta

“La Isla de los Estados tiene un largo de unas 15 millas y un ancho de 5 millas alemanas, esta desierta y sin vegetación. Por lo que contó el Capitán, cuyo hermano ya había visitado la isla, habitaba en ella una cantidad inmensa de pájaros marinos de toda clase, además de incontables leones marinos y focas. Como el Capitán es aficionado a la caza, no era difícil para algunos pasajeros de cabina de entusiasmarlo para bajar a tierra por un par de horas. A las 9 horas zarpó el Capitán con 4 marineros y 4 pasajeros en el bote chico hacia la isla. Después de 2 horas ya los habíamos perdido de vista. A las 12 se levantó una brisa fresca que nos podría haber llevado perfectamente por el Estrecho de Le-Maire, si el Capitán hubiera estado a bordo. Llegó la noche y el bote no había vuelto. Aumentó la inquietud al máximo, especialmente porque el timonel no sabía qué hacer. Era demasiado peligroso quedar tan cerca de tierra durante la noche y por el otro lado, adentrarse más al mar podría dificultar la vuelta del bote y con la llegada de tiempo malo, lo que no es una rareza tan cerca del Cabo de Hornos, podría impedir totalmente la llegada del bote. Quedaba la esperanza de buscar el bote chico con otro más grande que saldría en la madrugada. Al amanecer alguien gritó «¡allí vienen, allí vienen!» y todos los pasajeros subieron a cubierta. Después de media hora el bote atracó al barco. La tripulación del bote estaba totalmente mojada y como habían remado durante 10 horas, estaba al extremo cansada. Según su relato habían llegado a la isla a la 1 y salieron de ella a las 6 de la tarde, siguieron al barco durante toda la noche y lo alcanzaron cuando se aproximaba de nuevo a la isla. La lucha del Capitán con un inmenso león de mar le hicieron olvidar su barco y todo lo demás“.

Gansos silvestres y velludos Leones de Mar

¿Qué había pasado durante la cacería en la Isla de los Estados? Karl Manns relató interesantes detalles sobre ésta incursión. “[...] para pasar por el peligroso Estrecho de Le-Maire navegamos en la noche con viento desfavorable, desviándonos de su entrada y en la mañana siguiente nos encontramos bastante cerca de la Isla de los Estados, donde el tiempo era beningno y sin viento. En éste lugar la isla ofrecía un aspecto horroroso. Montañas salvajes alzándose hasta las nubes, formadas por rocas que parecían haber sido apiladas por gigantes y que representaban los bordes de un inmenso vulcán derrumbado. Mirando con el largavista no vimos ni rastros de vegetación. Tras haber atracado el bote en éste lugar, bajaron a tierra los jóvenes (cuyos jefes eran marineros que iban como pasajeros en el barco, entre ellos mi hijo) para iniciar la caza de pájaros. Después de haber librado el primer tiro de escopeta contra gansos silvestres, de súbito se levanta con un rugido ensordecedor una manada de unos 150 leones de mar de gran tamaño y de aspecto muy velludo, de tal manera, que nuestros cazadores quedaron de pronto tremendamente espantados. Sin embargo, la manada se va o se desliza apaciblemente al agua y se detiene allí mirando con curiosidad. Un león de mar rezagado, profundamente dormido, es atacado por los cazadores con un arpón, pero 5 hombres no lo pueden sujetar y el arpón se suelta. Después encuentran otro león de mar viejo y solitario, durmiendo, erguido, del pecho hasta la cabeza, tiene la altura de un hombre y su cuello un grosor que ningún hombre puede rodear. El arpón no le puede penetrar, un par de ganchos de fierro los quiebra fácilmente, un tiro de escopeta en las fauces lo irritan muy poco, y los constantes golpes sobre la nariz y la frente con un remo, efectuados por un hombre muy fuerte, parece que a penas los siente. Rezongando se marcha tranquilamente al mar de donde observa curiosamente a los hombres. Era una lástima que carecían de un buen rifle de balas. Con el bote repleto de aves, entre otras unos 12 gansos, los machos blancos, las hembras negras con blanco, con picos y pies amarillos y una protuberancia en la articulación del ala para la lucha, regresaban muy disgustados los cazadores porque no podían mostrar un león de mar. Traían también unos vegetales como un gancho desmedrado de zarzaparilla y otros de arándano. En la mañana siguiente pasamos con viento favorable por el Estrecho de Le-Maire“.

Olas gigantes, viento huracanado

La señora Fanny de Fonck hace un relato impresionante de la navegación por la punta sur del continente sudamericano en el «Fortunata»: “El 16 de julio [1854] a las 9 de la mañana avistamos el Cabo de Hornos, pero tenemos viento desfavorable. Solamente 3 días de viento favorable y ganamos, estando una vez en el Océano Pacífico navegaremos felices hacia nuestra meta que podría ser alcanzada en 12 a 14 días. En la tarde hay tempestad.
El 24. La tempestad sigue, los palos crujen horriblemente y el barco es llevado de un lado al otro por el viento y las inmensas olas. Una pequeña vela mantiene el barco erguido sobre las olas. Así sigue el 24 y el 25 sin interrupción. Las olas más altas que una casa parecen querer engullir nuestro barco. Al timonel y al cabo de mar hubo que amarrarlos para que las olas que barrían la cubierta no se los llevaran. No estamos lejos del Círculo Polar, apenas se puede aguantar el frío, las camas están húmedas y frías como hielo. Más tarde la situación se tranquiliza algo, en la noche tomamos vino para, ojalá, tener un sueño más tranquilo del cual ya estuvimos privado varias noches. [...] La tempestad arrecia de nuevo y tirito ante la presencia de témpanos que pasaban cerca de nuestro barco. Obligados por el intenso frío nos acostamos y pasamos la noche también en vela.
En la mañana del 26 cerca de las seis y media termina la tempestad y repentinamente tenemos viento favorable. El Capitán manda a los marineros a subir a los palos y alzar las velas. Estos hombres valientes e intrépidos trabajan con todas sus fuerzas ya que ellos mismo desean dejar atrás el horroroso Cabo de Hornos donde siempre arrecian las tempestades. La campanilla toca las 7 de la mañana, queremos recuperar el sueño que no tuvimos en la noche, ¡pero que frustración! Llega una inmensa ola que inclina nuestro barco, los vidrios de las ventanas se rompen, el agua entra a la cabina, los palos se quiebran, todo lo que hay en el barco se va de un lado hacia el otro, mi marido me sujeta y nuestra vida cuelga de un hilo, parecía que estabamos perdidos.
Ahora el barco se endereza y un grito del timonel indica una desgracia. Mi corazón se paraliza de susto, pierdo casi la conciencia y espero el golpe mortal. Pero el cielo quería solo una víctima. Llaman a mi esposo, yo escucho que un marinero cayó de lo alto de un palo a la cubierta. Mientras mi esposo sale de la cabina, traen al marinero moribundo. Le sale abundante sangre de boca y nariz, un último estertor y ya no se siente su pulso. Su cabeza esta fracturada, mi esposo hace un último intento de hacerlo volver a la vida pero sin éxito. Mientras tanto el Capitán revisa el barco que muestra bastante destrucción. Pronto nos damos cuenta que estamos fuera de peligro y podemos seguir navegando.


Señora Fanny Zöhrer de Fonck

10 de agosto. Ya estamos 24 días en la cercanía del Cabo de Hornos con tempestad ininterrumpida. He perdido el ánimo y me siento tan cansada y extenuada como si hubiera pasado por un enfermedad muy grave. El Capitán y el timonel están tristes por el pésimo viaje, lo que nos da una muy mala impresión. Desde hace 2 meses usamos agua podrida para cocinar y para beber, la alimentación se pone cada día más mala y el frío parece congelarnos hasta la médula ósea. Desde ayer tenemos una estufa en la cabina que echa tanto humo que todos tenemos dolor de cabeza y nos sentimos enfermos. Mi esposo tiene mucho trabajo, tanto como médico y como enfermero.
13 de agosto. Ya estamos el cuarto domingo cerca del Cabo de Hornos y desde ayer tenemos viento favorable y nos encontramos más al poniente que antes. A lo mejor lo logramos ahora y el viento no nos hace retroceder. La estufa echa menos humo y la cabina está agradablemente temperada. Quemamos la madera que las olas arrancaron del barco. Los marineros y hasta el Capitán no se sienten bien de salud: tienen dolor de cabeza y vómitos. Si el tiempo no mejora ahora, no podremos seguir ni con el mejor viento, ya que no hay nadie que pueda manejar las velas y la pobre gente no se puede recuperar por el excesivo frío y humedad. La suposición que los marineros son gente bruta y con poca educación es totalmente equivocada. No puede haber hombres mejores, más aplicados y devotos, ellos trabajan hasta donde sus fuerzas se lo permiten y soportan cualquier destino con paciencia. Les tengo mucha estima y me sangra el corazón cuando veo lo mal que son alimentados, solo para que el rico propietario del barco pueda llegar a ser más rico.
Los pasajeros nos vemos todos muy demacrados, y la gente joven ha perdido totalmente su aspecto saludable. Es imperativo que lleguemos luego a tierra.
16 de agosto. Seguimos con buen viento y después de mucho tiempo se dieron las velas de sotavento al viento y nuestro barco vuela sobre las olas“.
Aquí lamentablemente termina la carta a su amiga en Praga. En todo caso, el «Fortunata» debe haber cruzado un mes entero al oriente y en la cercanía del Cabo de Hornos, para después lograr pasar en dirección poniente al sur del Cabo de Hornos.
Theodor Körner cuenta en el día 87 de su viaje [25.09.1850]: “El viento soplaba tan fuerte que no se entendían las palabras de alguien que estaba a un paso de distancia. El jueves disminuyó la fuerza del viento y nos dejó con el deseo de no querer soportar otro igual. Recién el viernes se calmó el mar y nos permitió dar más velas al viento. Presumimos que nos encontramos al oriente de las Islas Falkland. El Capitán quería pasar originalmente entre las Islas Falkland y América, por el fuerte viento cambió su plan y así dejamos las Islas Falkland hacia el poniente.“ Dos días más tarde escribe Körner: “Unos días atrás tuvimos la esperanza de poder acercarnos tanto al Cabo de Hornos como para iniciar la pasada por el sur del Cabo. Sin embargo, ayer a las 9 de la mañana el viento de noroeste cambió repentinamente a sur-oeste y nos obligó de tomar curso al sur-este. En vez de acercarnos al temido Cabo, nos alejamos cada vez más y nos encontramos ahora a 57º latitud S. El viento del sur-oeste de ayer nos trajo una gran cantidad de nieve que cubría la cubierta y los cabos, recordándonos a nuestra patria que dejamos en el norte“.
Después de haber pasado el ecuador el «Susanna» navegaba “otras dos semanas con buen tiempo y viento favorable por el mar, hasta que el 2 de septiembre [1852] se levantó un temporal de brutal fuerza“ escribe Karl Dittrich. “Nadie podía permanecer sobre la cubierta. Las olas azotadas por el enfurecido viento golpeaban salvajemente nuestro barco. También entró agua al entrecubiertas provovando un caótico revoltijo. Durante el mes de septiembre se repetían los temporales casi cada ocho dias. Asimismo durante todo el mes de octubre habían temporales.
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El 31 de octubre nos sorprendió un huracán, no comparable en violencia con ninguna de las tempestades que habíamos sufrido hasta ahora. Durante tres dias y tres noches no se les permitió a ningún pasajero subir a cubierta y nuestra alimentación consistía únicamente de galletas y agua. El vendaval con su fatídico bramar se llevaba los revestimientos de la borda como plumas. Gallineros, porquerizas y otras construcciones menores sobre la cubierta fueron arrancadas por las olas, también el magnífico palo de foque tuvo que ceder al choque de las olas. Sostenido por pesadas cadenas colgaba en el agua, con cada ola lanzado contra el casco del barco poniendo constantemente en peligro la integridad del «Susanna». Para sortear éste peligro un valiente marinero de nombre Johannes, con peligro de muerte – nada era mas probable que el marinero sería aplastado entre el palo de foque y el casco del barco – amarrado a una cuerda fue bajado al mar para fijar el palo de foque, lo que finalmente consiguió después de indecibles esfuerzos.
Al fin amainó la tempestad. Era el 4 de noviembre [1852]. Al horroroso gris de los dias pasados siguió un magnífico dia de sol. Pero el aspecto que presentó el barco fue horrible. Como si una horda de piratas hubiera pasada por el barco. Felizmente se guardaban mastiles de reserva a bordo. Todos los pasajeros con aptitudes para estos trabajos ayudaron en la fabricación de un nuevo palo de foque. En dos a tres días estaba terminado“.

El Cabo de Hornos: Inofensivo o ... ?

El Cabo de Hornos constituye la punta sur-este de las islas del mismo nombre agrupadas en el grupo Wollaston que se encuentra al sur y a continuación del continente sudamericano. El Cabo de Hornos se encuentra en la siguiente posición geográfica: 55º 59‘ latitud S. y 67º 12‘ longitud W. En el «Diccionario Geográfico de la República de Chile» de Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos del año 1899, se puede leer bajo “Cabo de Hornos“ también lo que sigue:
“No hay riesgo ni dificultad para doblarlo, como una medrosa fantasía supuso, si no son la contrariedad y demora ocasionadas por los vientos reinantes del oriente y del occidente, sus lluvias y nevadas en las especiales estaciones del año, ya conocidas de los navegantes“.


Cabo de Hornos


Karl Manns describe el paso por el Cabo de Hornos en el «Victoria»: “Navegamos unos dos dias con vientos suaves hacia el sur y pasamos en la noche del 2 al 3 de diciembre el Cabo de Hornos sin haberlo divisado, en la mañana del dia 3 avistamos las Islas Ramírez, un roquerío que se empina sobre el espejo de agua. Enseguida total calma en las cercanías de Tierra del Fuego donde vimos montañas cubiertas de nieve. Todo el tiempo el clima era tan benigno que las damas no dejaron de hacer sus trabajos en la cubierta, y nosotros dejamos el barco en un botecito para pasear y cazar en el mar cuya superficie parecía un espejo“.
Heinrich Fehrenberg comenta: “[...] el mar esta como un espejo y es imposible pensar que estamos en el Cabo de Hornos. Casi todos los pasajeros se pasean durante el dia en un bote, un acontecimiento que el Capitán y el Timonel no habían visto nunca en el Cabo de Hornos“.
Por vientos desfavorables el «Hermann» tuvo que cruzar constantemente desde el día 90 [28.09.] hasta el día 117 [25.10] de su viaje entre 55º y 57º latitud S. y 60º y 66º longitud W. para que después de casi un mes y aprovechando el inicio del viento favorable pasar sin novedad por el Cabo de Hornos“.
El 3 de noviembre escribe Körner: “Desde hace 4 días tenemos nuevamente viento favorable y avanzamos diariamente unas 50 millas alemanas lo que nos sacó de las regiones tormentosas del Cabo. Hoy nos encontramos probablemente bajo el grado 50, es decir, bastante cerca de la costa chilena, el agua perdió su color azul y muestra ahora un verde sucio“. El barco tuvo que soportar otra fuerte tormenta y después de 136 largos días de penoso viaje arribó felizmente el 12 de noviembre de 1850 a su puerto de destino Corral.
La navegación por el Cabo de Hornos fué descrita también por los emigrantes Adolf Schwarzenberg y Karl Seidler. El primero relata: “Domingo. 13 de enero [1850]. Como en esta parte de la tierra predomina en esta época del año el viento sur, se puede suponer que el barco va a permanecer por lo menos unas 4 semanas a este lado del Cabo de Hornos. Cuando el viento soplaba de popa, casi siempre era débil, pero cuando llegaba de la dirección a donde teníamos que navegar, soplaba generalmente tan fuerte, que tuvimos que arriar la mayoría de las velas, y a veces todas. ¡Que Dios nos favorezca con lo contrario!
Martes 15 de enero. Viento sur-oeste, curso sur-sur-oeste, tiempo bueno, 53º 5‘ latitud sur. En la noche pasamos a 2 grados al oeste de las Islas Falkland.
Miércoles 16 de enero. Cerca de las 7 de la tarde vimos la Isla de los Estados. Navegamos al este de esta isla en dirección sur-sur-oeste.
Viernes 18 de enero. Viento oeste-nor-oeste, curso oeste, tiempo nublado. Hoy cumplimos un cuarto de año en el mar. Cerca de la 1 de la noche pasamos por el lado oriente del Cabo de Hornos. A las 10 vimos tierra al norte. El Capitán pensaba que se trataba de la isla más austral, Diego Ramírez. A las 11 avistamos otra isla al sur lo que declaró el Capitán como tontera. Subió a cubierta y se convenció. La corriente del agua que iba de sur-oeste a noreste llevó el barco demasiado hacia el norte. La isla austral era Diego Ramírez y la del norte era el Cabo de Hornos. La corriente había falseado el cálculo del Capitán por más de ½ grado. El viento venía de oeste-nor-oeste. Por la corriente de sur-oeste y el viento de oeste-nor-oeste las olas eran fabulosamente altas.
Domingo 20 de enero. (Día 94 del viaje). El Capitán dice que nos encontramos más al norte que la latitud del Cabo de Hornos, así que ya lo habíamos pasado y que con viento favorable podríamos estar en 8 días en Valdivia“.
Karl Seidler describe la navegación por el cabo con pocas palabras: “Con viento muy favorable doblamos por el temido Cabo de Hornos y tan cerca, que podíamos ver muy bien la tierra firme. Sin novedades llegamos pronto al Océano Pacífico. Que este océano lo encontraran más tranquilo que el otro no lo podemos confirmar, ya que el mal tiempo y las tempestades nos acompañaron hasta la latitud 42º, a partir de la cual nos acercamos más a la costa y a la zona más templada. Con esto ya alcanzaríamos pronto nuestro puerto de destino, Valdivia, que se encuentra en el grado 40. Todos estaban ansiosos de llegar a tierra firme, pero aún así, algunos estaban inquietos por el porvenir y se preguntaban ¿como se les presentará la vida en el futuro en Chile ?


Corral en 1890

Última Etapa: El Viaje de Corral a Melipulli

Cuando el barco velero «Susanna» con 104 emigrantes a bordo llegó al puerto de Corral el 10 de noviembre de 1852, ya se encontraba allí un gran número de emigrantes alemanes que vivían en las casamatas de los viejos fuertes españoles de Corral y Niebla. En Valdivia ya no se disponía de tierras fiscales aptas para la colonización. Por ésta razón el entonces Intendente de Valdivia, don Vicente Pérez Rosales, invitó a los emigrantes a trasladarse a la colonia a fundarse alrededor del lago Llanquihue. Karl Dittrich escribió: „Por supuesto la mayoría aceptó su invitación porque era muy prometedor de hacerse dueño en corto plazo de una cantidad apreciable de tierras. Si hubieran sabido lo que les esperaba allí, lo hubieran pensado mejor.

Por el ofrecimiento de don Vicente Pérez Rosales se fletó al velero «Susanna» para llevar los emigrantes a Ancud [ 41º 53‘ latitud S.; 73º 48‘ longitud W. ]. Para esta finalidad nuestro barco permaneció anclado en Corral durante 8 días y después que habían subido a bordo todos los que se habían decidido ir al sur – principalmente se unieron los emigrados de Württemberg – se levaron anclas y de nuevo se inició un viaje tormentoso [ con 212 emigrantes a bordo ]. Unos ocho días duró el viaje en que un temporal seguía a otro.

Apenas escapados de los temporales en mar abierta, al entrar en el puerto de Ancud el barco peligraba estrellarse en los temibles roqueríos. El capitán no conocía la entrada al puerto, y a pesar de la advertencia de su segundo timonel, quien ya conocía el lugar, eligió la entrada mas peligrosa. Pasando entre escollos y resaca y lanzado por las olas, nuestro bergantín era un juguete del azar. El capitán, un hombre impío e insensible, quien en otra oportunidad se atrevió arrancarle de las manos el libro sagrado a los deudos durante el sepelio de su difunto en alta mar - aquí en una situación altamente peligrosa - ¡lo vimos en el puente de proa dando órdenes y arrodillado, con las manos dirigidas al cielo, orando! Trece cruces grabadas en las rocas, daban testimonio del naufragio de igual cantidad de embarcaciones. - Un golpe, un resbalón y una fuerte corriente empujó el barco sobre el poco profundo fondo rocoso. Alrededor del bergantín se alzaba a gran altura el agua del agitado mar. Desde Ancud se había divisado el peligro en que se encontraba el bergantín, y de lejos se acercaban botes salvavidas. Pero habrían pocas probabilidades que ellos podrían haber salvado a algún emigrante, si el barco realmente se habría estrellado en las rocas.

Durante un día recalamos en Ancud y enseguida fuimos acomodados en lanchas y reanudamos la travesía hacia Melipulli [ 41º 28‘ latitud S.; 72º 50‘ longitud W. ], nuestra meta de viaje, situada sobre la ribera norte del Seno de Reloncaví. [ El 13 de febrero de 1853 se fundó allí la ciudad de Puerto Montt ].

El gobierno había distribuído en forma poco conveniente los víveres en las cuatro lanchas ocupadas por los emigrantes. Así tenía una lancha toda la carne a bordo, otra todo el pan y una tercera todas las papas y la última se quedó sin nada. En ésta última lancha me encontraba yo. Nosotros no teníamos nada de víveres; solo algunos pocos pasajeros habían traído galletas del barco que pronto fueron consumidas y no tardó en aparecer un gran apetito entre los pasajeros, que sobrellevaron el primer día con paciencia eroica, pero que en el segundo día se manifestó tan impetuosamente, que pedimos al medio dia a los marinos anclar frente a Calbuco [41º 50‘ latitud S. ; 73º 05‘ longitud W. ], para no peligrar de morirnos de hambre. Allí sacamos mariscos de las rocas y los comimos crudos. Los chilenos asentados en Calbuco nos invitaron a un rico almuerzo y nos aprovisionaron con víveres que aceptamos con profunda gratitud. Nuestros marinos que estaban en la misma situación que nosotros, se lo habían contado a los habitantes de Calbuco, los que respondieron entonces en forma tan loable. Después de Calbuco encontramos las otras lanchas que nos habían esperado, y juntos reiniciamos la navegación a Melipulli, donde llegamos al dia siguiente, el 28 de noviembre de 1852“.

En ésta fecha histórica correspondiente al primer domingo de Adviento del año 1852 llegaron los primeros emigrantes alemanes a Melipulli para colonizar la región de Puerto Montt y la ribera del lago Llanquihue.

Puerto Montt en 1862 - Litografía confeccionada en Alemania por Bruck Burchard

2 comentarios:

Julio dijo...

juliopizarro11@gmail.com es mi correo para entregar más información de la descendencia Metzdorff, ya que mi segundo apellido lo es y este año se ha hecho la primera reunión Metzdorff de Chile en Antofagasta. Un abrazo. Gracias.

CEPH dijo...

Gracias Julio Pizarro... nos interesaría mucho tener esa información. Nuestro correo es ceph.pm@gmail.com
Si pudiera enviarnos esos antecedentes quedaríamos muy agradecidos. Un cordial saludo.
Alejandro Torres.-
Presidente CEPH