12 junio 2012

EL RECUERDO DE LA SEMANA

Fotografía: Archivo Fotográfico Alejandro Torres (atorres.pm@gmail.com)
Textos: César Sánchez – Alejandro Torres

En esta segunda semana que llevamos de haber creado esta nueva sección, queremos presentarles una temática muy interesante, no muy tratada en los libros de historia, pero que está presente de una u otra forma en cada pueblo de cualquier rincón del mundo, y que obviamente, no podía estar ausente en la idiosincrasia e historia de Puerto Montt. Partimos mostrándoles una bonita imagen panorámica de la ciudad, la cual relacionaremos con el tema a tratar. Esperamos disfruten del relato, así como nosotros lo hicimos en nuestras investigaciones sobre los hechos.

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La imagen, captada en 1936 por el fotógrafo Ernst Karl de Puerto Varas, muestra una vista panorámica del barrio Cayenel. Al centro se aprecia la calle Antonio Varas en toda su extensión, antiguamente denominada Cayenel, y al costado izquierdo se observa la parroquia del mismo nombre (hoy María Auxiliadora). En el borde costero ya han concluido los trabajos de relleno de la costanera y la instalación del nuevo tablestacado de fierro, desde el sector del puerto hasta la antigua Estación de Ferrocarriles, trabajos que comenzaron a principios de la década de 1930 y finalizaron en 1936. Este barrio, caracterizado desde siempre como un sector netamente comercial, albergando negocios de los más variados rubros, ha tenido fama también por concentrar la bohemia popular. En primer plano de la imagen se puede apreciar claramente la esquina de las calles Antonio Varas con Lota, sector que desde principios del 1900 tuvo una especial connotación por la singular actividad que se desarrollaba en dicho lugar, la que da origen a la siguiente historia…..

La vida alegre en Puerto Montt y María Gaéz

Al comenzar el siglo XX existían en Puerto Montt dos sectores donde se concentraban las llamadas “casas de tolerancia” (prostíbulos). El primero de ellos se ubicaba al final de la calle Guillermo Gallardo, entre doctor Martin y Santa María, atendiendo a la población masculina de los distintos hoteles céntricos. Los establecimientos en esta zona, destinados a satisfacer los apetitos sensuales de los clientes, eran de cierto refinamiento.

La segunda concentración, eminentemente popular, estaba en el barrio Cayenel, en las calles 21 de mayo, Lota, Juan José Mira y Portales. En la intersección de las calles Ancud con Varas existió un local llamado “El Mercadito”, donde se vendían productos hortícolas, mariscos y pescados; a su alrededor se ubicaban estratégicamente, numerosos bares que servían para “entonar el ánimo” antes de cruzar las puertas de los lenocinios para disfrutar de una noche de jolgorio en los brazos alquilados de alguna de las hijas de Afrodita.

La más famosa de las meretrices puertomontinas hasta 1940, fue sin lugar a dudas, doña María Gáez. Esta dama de ascendencia española había llegado a nuestra ciudad a comienzos del 1900 con una partida de connacionales, quienes se dedicaron honradamente al comercio. Mientras uno de sus paisanos, el ibérico Antonio Eguzquiza hacía fortuna con una tienda llamada “El Escudo de Chile”, doña María Gáez prefirió administrar un establecimiento dedicado a los placeres mundanos, invirtiendo sus reales en un amplio inmueble de calle Antonio Varas esquina Lota. Allí, cada día al descender el sol y cuando los varones de esfuerzo se dirigían a sus hogares después de una agotadora jornada laboral, el susodicho caserón se encendía de luces, cantos, bailes y de un total desenfreno invitando al pecado a aquellos hombres débiles de espíritu.

     Las continuas reyertas de los concurrentes que se disputaban los encantos de una dama, eran frecuentes; los desórdenes se sucedían cada noche dejando un importante saldo de heridos y contusos, y a pesar de los continuos reclamos del vecindario, organizados por el cura de la parroquia Cayenel, las autoridades se desentendían del asunto lo cual llevó a comentar que tanto el Alcalde como el Juez “eran muy bien atendidos y agasajados por la señora Gáez”.

     Fueron tan frecuentes los desórdenes nocturnos registrados, que finalmente se la multó con $ 60 de la época. Sin embargo, las peleas y los escándalos aumentaron. En marzo de 1911, el diario El Llanquihue informaba ampliamente sobre estos luctuosos incidentes de la siguiente manera: “En la noche del sábado se produjo un desorden descomunal en la casa de María Gáez, desorden que degeneró en un verdadero pugilato. Aquello fue una batalla campal, los palos, botellazos y bofetadas se repartían a diestra y siniestra. Como resultado de ello hay cabezas rotas, ojos en tinta, heridos, contusos y magullados múltiples. Según se nos informa, algunos de los exaltados concurrentes pretendieron incendiar la casa de María Gáez”.

         Dos meses más tarde, dicho lupanar fue definitivamente clausurado, empero nuestra protagonista, mujer de empresa y de gran empuje, no se amilanó frente a tamaño obstáculo y continuó operando con dos sucursales en la calle Angelmó (sector de la Base Naval). En 1926 la pícara Gáez adquirió una patente de “hotel”, imprimiéndole a su lujuriosa actividad un marco de legalidad. Finalmente, hacia 1940 se retiró del camastro para disfrutar de sus rentas producto de los arduos años de alcoba.

     La tolerancia de las autoridades ante las actividades de doña María Gáez tiene una explicación muy justificada y tal vez corresponda al único caso registrado en Chile. Entre las calles 21 de mayo y Chillán, antes de la ampliación de la costanera a principios de la década de 1930, existía un viejo estacado de madera, de baja altura, construido en 1884, que recibía el nombre de malecón. Como consecuencia del paso de los años, las intensas lluvias y el fuerte oleaje que lo golpeaba durante los temporales de invierno, dicho estacado era frecuentemente despedazado por estas fuerzas de la naturaleza, inundando las viviendas y el sector adyacente a calle Antonio Varas.

     La Municipalidad, carente de fondos para reparar continuamente esta antigua obra, recurría periódicamente a los generosos préstamos otorgados por doña María Gáez, de tal forma y por ética financiera, el Municipio quedaba comprometido con su dadivosa benefactora, quien, aprovechándose del déficit municipal, hacía de las suyas dando rienda suelta a la vida alegre en Puerto Montt.

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